Archivos de Ciencias de la Educación , nº 8, 2014. ISSN 2346-8866
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Ciencias de la Educación

 

ARTICULOS REEDITADOS/ ARTICLES REISSUED

 

Presentación a la reedición del artículo: “¿Qué es enseñar?” de Roger Cousinet. Publicado en la Revista Archivos de Ciencias de la Educación, 3° época, n°3, enero-junio de 1962

 

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Estanislao Antelo

Universidad Nacional de La Plata -Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Ciencias de la Educación
Claustro de Graduados
Argentina

 

 

 

Cuando me propusieron escribir este breve texto, bajo la premisa de reeditar algún artículo de la histórica revista Archivos de Ciencias de la Educación, supuse que era una oportunidad para revisitar sin grandes pretensiones algunos de los enigmas y transformaciones del oficio docente, el caudal de agua que ha corrido bajo el puente escolar, y lo que queda en nosotros de una época estudiantil. Elegí el texto de Cousinet por el título. Siempre me han resultado atractivos los nombres de las cosas y especialmente los títulos de los libros. De entrada Cousinet es elocuente y actual. Es poderoso. Como un estilista, va trazando surcos a medida que avanza con firmeza por un terreno que evidentemente conoce muy bien. Lenta, pero persistente, su prosa socava un parte importante de nuestra ambición educadora, esa supuesta pericia que llevamos como una Cucarda incrustada en el alma a la hora de enseñar todo a todos y a toda hora en todo lugar.

Cousinet sugiere que hemos terminado por creer, erróneamente, que enseñar es “presentar y hacer adquirir” un conjunto de conocimientos que faltan en las almas estudiantiles. Buena parte de su reflexión parece colisionar con el afán didáctico y el amor al método. Por mi parte, tiendo a pensar que existe una pulsión educadora, una suerte de furor de querer educar a todos los bípedos implumes existentes. Es probable que esa compulsión esté montada sobre alguna forma de la ignorancia. Es cierto -dice el pedagogo Francés- que muchos de nosotros hemos terminado por creer que el destino de la enseñanza no es otro que la famosa y esquiva adquisición de conocimientos. La Perogrullada es bien conocida: unos enseñan y otros aprenden, pero, para que ese mecanismo se ponga en acción se precisa establecer una relación particular con la ignorancia. El pedagogo americano Philip Jackson llamó presunción de ignorancia a ese extraño requisito sin el cual el acto educativo no parece estar dispuesto a consumarse. En general, los alumnos no tienen lo que los profesores tienen y de esa forma uno puede “profesorear” sin límites. ¿O se puede enseñar al ya enseñado? El genio de Jacques Rancière afirma lo siguiente: es el maestro el que precisa al ignorante y no al revés.

Es posible que esa sea una de las razones por la cual Cousinet nos recuerde que el maestro “enseñador” no debe arrogarse tan fácilmente la selección de lo que quiere enseñar puesto que puede ser imparcial al armar su pack de conocimientos a piaccere dejando afuera otros tan o más importantes. La treta clásica para sortear esa cuestión consiste en una de las tantas formas de la superioridad que habitan en el terreno educativo: “Los únicos conocimientos a ser repartidos son los considerados válidos”, es decir, los que seleccionan otros, más sabios, menos tontos, más informados, menos inexpertos. De ese modo, no parece haber en señanza sin jerarquías, adelantados, visionarios, iluminados y otros ejemplares del tipo. Sin embargo, una vez resuelto el problema de “quién manda” en la enseñanza,1 aún resta saber cómo la adquieren los destinatarios. No basta, dice Cousinet, con presentar el saber. La serie que tienen en mente los enseñantes profesionales es la siguiente: Presentar, adquirir, y conservar. Cousinet la pone en jaque utilizando artillería de la buena. Usa la palabra felicidad. Dice que se puede ser maestro y ser feliz. Pero no todo lo que reluce es oro. Hay perezosos, díscolos que se resisten a ser enseñados. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren?

Son los famosos apáticos, aburridos, abúlicos, dispersos, dormidos, asténicos, impedidos, fracasados de todos los tiempos. El sociólogo Alain Ehrenberg (2000) los describió con argucia en su libro “La fatiga de ser uno mismo”. Por un lado, los invade la pereza. Por otro lado, quieren huir del esfuerzo que demanda toda educación formal. Muchos son los campeones de los “no puedo”, las víctimas, retiradas de la atención y la voluntad. Como es bien sabido, decir “no puedo” es casi siempre decir no quiero. Yo no puedo, quiere decir que empleo mi inteligencia para probarme que no puedo”. Quién habla es Jacques Rancière quien aprovecha y lanza una pregunta: “¿Quieres la igualdad o quieres la desigualdad? ¿Quieres consagrar tu inteligencia a probarte que eres incapaz o a probarte que eres capaz? (2003:20)”.

Pero Cousinet redobla su apuesta y afirma que en general los profesores bien intencionados creen que a los impedidos de todos los tiempos es necesario hacerlos actuar, pero el problema es que no quieren… De alguna manera, postula que la clásica negativa estudiantil a la colaboración es una encrucijada o un fraude. Porque, al fin y al cabo: ¿qué pide un maestro? Que lo sigan. ¿Qué tiene para dar un alumno al fin de cuentas? En general, además de breves dosis de atención, nada. Como recuerda Jacques Rancière en su libro “el desacuerdo”, cuando un maestro se dirige a la tropa no del todo educada con el latiguillo “están de acuerdo” está diciendo algo así como “¿ven que lo que digo es verdadero”? Cousinet no anda con vueltas. Afirma que, en general, un maestro pide sumisión: “La docilidad y la atención constituyen una sumisión y no una colaboración”. (…) Afirma que no se hace actuar a un individuo prescribiendo una acción.

Por otro lado, desconfía del instrumental pedagógico, las lecciones y sus métodos, las composiciones, los castigos, en síntesis, el paisaje escolar. La dificultad consiste en que los sabiondos y los padres piden resultados. Y si los resultados son no deseados el peso cae sobre la inteligencia mediocre del alumno de turno. Cousinet le da un lugar al perezoso, al frágil, pasivo, el que arruina la kermese escolar, al que no colabora: “esta pretendida colaboración no es más que una trampa y el maestro pide a sus alumnos una actividad que él les niega”. Como una más de las tantas versiones de la caverna platónica, buena parte del afán enseñante pretende sacar de la oscuridad a los confundidos y perezosos escolares para mostrarle al fin de cuentas la luz faltante que los proteja de la oscuridad y la ignorancia. De ahí el inofensivo y famoso “me siguen” pariente directo del “están de acuerdo”. Cousinet pone a andar una genialidad: la colaboración “consiste en una ‘igualdad de trabajo’”. Trabajamos, juntos.

¿Por qué volver entonces a leer un texto pedagógico cincuenta y dos años después? ¿Por qué retomarlo con ocasión del Centenario de la carrera de Ciencias de la educación en La Plata y de alguna manera en Argentina? La lectura, como tantas veces ha sido señalado, nunca puede ser obligatoria. Tal vez, además del fervor con que leemos lo que leemos, podamos añadir la breve dicha de encontrar en un clásico las palabras que nos faltan, las ideas que nos sobran, los olvidos y los aciertos a los que nos volvemos fieles.

Pero hagamos un ejercicio familiar y enumeremos lo que quizás aún no habíamos pensado lo suficiente y que podemos volver a pensar después de leer nuevamente el texto de Cousinet.

  1. En primer lugar, resulta de interés que el postulado central de Cousinet consista en remplazar la actividad supuestamente erudita del enseñante explicador de turno que lidia con incapaces o idiotas, por el ejercicio de “tratar de conocer mejor lo que ellos ya conocen y por consiguiente lo que ellos desean conocer mejor”. Como señala en otros de sus artículos llamado “El automatismo en la enseñanza”, es cierto que “necesitan también del maestro; pero solamente para que preste ayuda cuando se recurra a él, no para que enseñe” (Cousinet, 1968:195).
  1. En segundo lugar, la ventaja de concentrarse en la materia (que no es una asignatura sino literalmente materia maleable) que invita a todas las formas de la experimentación más allá de los horarios, los dictados, el tráfico de conocimientos y la compulsión a la repetición que siempre tiene su costado mortífero. En lugar de las fantasías eugenésicas que a veces se filtran en los deseos de los educadores asociados a la formación y la modelación, los trabajadores y sus obras.
  1. En tercer lugar, la puesta en entredicho del patrimonio de la clase. ¿De quién es la clase? Como bien sugiere Cousinet “Es necesario, para esto, que la clase la hagan ellos”.
  1. Por último, una pregunta simple pero poderosa que se deriva de la argumentación de Cousinet y que tal vez pueda sosegar la prescripción compulsiva a querer transformarlo todo, incluso, el deseo mismo de organizar la vida de los demás. Una simple y breve pregunta: ¿Qué querés hacer?

Notas

1 Pareciera ser que el botín se lo reparten entre los neuropedagogos, los educadores emocionales y los profesionales tomadores de conciencia crítica o distorsionada.

Bibliografías bibliográficas

Cousinet, R. (1968). “El automatismo en la enseñanza”, en Luzuriaga, L., Ideas pedagógicas del siglo XX, Buenos Aires, Losada.

Ehrenberg, A. (2000). La fatiga de ser uno mismo. Depresión y sociedad. Buenos Aires, Nueva Visión.

Rancière, J. (2003). El maestro ignorante, Barcelona, Laertes.

Rancière, J. (2006). El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visión.

Sennett, R. (2012). Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación, Barcelona, Anagrama.

 

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